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Billy Wilder

Billy Wilder (1906–2002) llegó al cine desde la prensa: aprendió en las redacciones de Viena y Berlín a podar adjetivos, perseguir verbos y convertir los hechos en historias. Ese oficio de reportero fue la matriz de su escritura para la pantalla: tramas que avanzan sin grasa, diálogos que respiran carácter y remates que estallan a la hora exacta. Antes de ser el director legendario, Wilder fue –y siempre se consideró– guionista: junto a Charles Brackett e I.A.L. Diamond modeló libretos que hicieron escuela en el noir, la comedia y el drama. Sus memorias, ‘Primera plana’ (coescritas con Hellmuth Karasek), son la mejor puerta de entrada a su ‘método’: anécdotas de rodaje que se leen como lecciones de guion, el laboratorio de un diálogo bien afilado y la ética de trabajo de quien jamás subestimó al espectador. Wilder cuenta cómo se construyen escenas que encajan como relojería, cómo una broma oculta una idea y cómo un final puede ser, a la vez, chiste y revelación. Ganador de Oscars como guionista, director y productor, Wilder fue, ante todo, un escritor que filmaba: un orfebre del subtexto que convirtió la ironía en verdad dramática. Sus películas se disfrutan; sus memorias explican por qué funcionan.